lunes, 28 de abril de 2014

Aves olvidadas: el pelisco, por fin sabemos lo que es.



En la entrada que publiqué el 20/12/2012 sobre el poema del siglo XIII el “Debate en entre Elena y María”, entre las aves que mencionaban aparecían dos que desconocíamos de que especie se trataba, eran el lengulado y el pelisco. Veamos de nuevo el fragmento en el que aparecían, y en el que se detallaba un buen número de aves comunes:

El ruiseñor, que es buen jogral,
aquella corte fue morar;
don açor e don gavilan
en aquella corte estan
don cerrenicalo e don falcon,
don ... imo e don pavon,
el gayo e la gaya,
que son jograles de alfaya,
el tordo e el lengulado
e don palombo torcado
e el estornino e la calandra,
que siempre de amor cantan,
el pelisco e la sirguera,
que de todos los buenos eran

            La verdad es que ya daba por perdido el asunto de identificar a que especie correspondían estos dos nombres, cuando entró en escena el compañero bloguero  Alex Mouchard, editor del blog Historias zoológicas, de temática afín a este, pero sobre temas principalmente argentinos y sudamericanos, y que recomiendo que visitéis. Pues bien, en su incansable búsqueda consiguió identificar la especie a la que se refiere la voz pelisco, en un lugar un tanto atípico, en el foro de la ciudad de Cáceres (que le llevó hasta allí es un misterio). Resulta que en dicho foro alguien contó una historia que todos hemos oído de culebras que se cuelan en las casas para mamar de los pechos de las madres lactantes, el que contaba la historia mencionaba a un personaje de mote “el pelisco”, el autor aclara que es “el pájaro petirrojo, que aquí llamamos “pelisco”, es una diminuta ave, con el plumaje del cuello de un fuerte color rojo anaranjado, nervioso, moviendo su cola levantada de arriba a abajo de continuo, cuya presencia, casi familiar y habitual en estos pagos, no es difícil de observar y ver posado durante la primavera y el otoño, sobre las ramas de algún árbol sea olivo, cerezo, manzano, higuera, peral..., merodeando y moverse inquieto entre la espesura de los frondosos zarzales.”, ahí lo tenemos el pelisco es el petirrojo europeo, al menos en Cáceres, quien me iba decir que el ave que buscaba era la misma de mi propio nick: Raitán.
            Y sobre el lengulado de momento no hay novedades, aunque el hallazgo de Alex me ha dado fuerzas renovadas para continuar, hoy mismo hemos conseguido localizar una pequeña nota manuscrita en el corpus del legado de Miguel Gual Camarena (investigador del comercio medieval en otras cosas) y que ha publicado la Universidad de Murica, la nota, sacada de la edición de Menéndez Pidal del mismo poema que nos ataña dice lo mismo que nosotros: ave desconocida:


  
          Quiero agradecer a Alex Mouchard las molestias que se ha tomado al remitirme el resultado de sus pesquisas.

Las aves en la documentación antigua: la cría de azores y gavilanes como recurso económico de la nobleza medieval



La práctica de la cetrería en la edad media estuvo muy extendida entre la nobleza y el clero, y existían lugares concretos para la cría de aves (azoreras y gavilanceras) destinados a esta actividad, que eran objeto de intercambio, regalo y venta, suponiendo en muchos casos una actividad que suponía sustanciosas ganancias a sus dueños. Por su naturaleza los documentos conservados del periodo medieval no ofrecen mucha información sobre el valor de los objetos y pertenencias más comunes, pero en nuestro caso si existen, por lo menos para Asturies, documentos que nos dan una idea de la importancia como recurso económico que tenía la cría de azores y gavilanes, y hace comprensible porque estuvo tan generalizada esta explotación entre la nobleza y el clero, que no solo las mantuvieron para el uso de las aves con fines recreativos, sino como una fuente de ingresos altamente rentable. Ruiz de la Peña citaba que la mitra ovetense obtenía unos ingresos de 400 maravedíes al año por la venta de azores de Varé (Sieru, Asturies), de la Casa de Noreña.  En 1240 en la venta a Sancho Roderici de las heredades que tenía García Ordoniz entre el río Deva y Uviéu/Oviedo (Asturies), se menciona un azor tasado en quince maravedíes que formó parte (junto a un caballo tasado en veinte maravedíes y otros catorce maravedíes en metálico) del pago de dicha venta. En una carta testamental, de un tal Pedro Díaz de Nava del año 1298, que además de nombrar un “açor mudado”, dice que deja una deuda con su hermana de 150 maravedíes por un “açor que le conpre”. Hasta el siglo XIII las aves más valoradas para la caza eran los azores, siendo muy cotizados respecto a otras aves rapaces, y había gran diferencia de precios, así en la Castilla de 1252 el precio de un azor era de 30 maravedíes mientras que un neblí (subespecie del halcón peregrino) valía 15 maravedíes, ambos precios altos respecto a otras propiedades (una vaca costaba 3 maravedíes). Como hemos podido apreciar, ante el elevado precio de estas aves es de sobra comprensible que las clases altas pugnasen por el control de las azoreras, y acordasen privilegios de explotación exclusiva.

Tenemos ejemplos concretos en los documentos fundacionales de varias pueblas asturianas que reservaban los derechos de varios bienes productivos, entre ellos azoreras y gavilanceras; el obispo Fernando Alonso acuerda en la fundación de la puebla de Castripol (Asturies) en 1300: “que finque para el obispo el puerto de Tapia e los açores y las açoreras e el montalgo e todos los derechos e fueros”. En la carta de población otorgada por Juan Obispo de Oviedo a los vecinos de Llangréu (Asturies) en 1338 añade a otros privilegios que se reservó, que “las açoreras e minneras, si las y ouier, finquen para nos libres e quitas”.
          
            La rentabilidad de la explotación que nos ocupa aumentó, al parecer, la presión sobre la especie, que fue tan grande que el número de aves se redujo de forma alarmante, lo que subió los precios. Fernández Ferreira destacaba este hecho en su Arte de la caça de Altanería (1625):se acabaron los açores en estas partes, que llegá a ser tan excesivo el precio que por cada uno (siendo pequeño) se dava, que los honbres cudiciossos que los cogían, en hallando el nido lo guardavan porque otros no se lo hurtassen”.
            El propio rey Alfonso X llegó a tomar cartas en el asunto, una Carta Real dirigida al Reino de León, datada en 1256, expone la normativa de explotación de nidos de azor, gavilán y halcón, prohíbe la exportación de aves fuera del reino y establece severas penas por el incumplimiento de esta ley:

Que non tomen los huevos a los açores. Mando, en raçon de los azores, que non tomen los huevos a los açores nin a los gavilanes nin a los falcones; e que non saquen nin tomen açor nin gavilan de nido fasta que sean de dos negras; e los falconnes que los non tomen fata mediado el mes de abril; e que nenguno non sea ossado de sacar açor nin falcon nin gavillan de mios regnos, si non fuere con mio mandado. El que lo sacare, qual que ave quier destas, de los regnos, que peche el ave doblada; e peche, demas, en coto .c. moravedis por cada ave; e el que tomare açor o gavilan o falcon o huevos contra este mio coto sobredicho, quel corten la mano diestra; e si otra vegada gelo fallaren, quel enforquen; e si non oviere el coto sobredicho, que vaya en prision quanto fuere mi mercet. Que non tomen al açor nin al falcon nin al gavilan yaziendo sobre los huevos nin faziendo su nido”.

            No obstante, el edicto de Alfonso X no debió tener mucha repercusión, pues siguieron explotándose, como nos dicen los documentos posteriores que hemos aportado más arriba, hasta mediados de siglo XIV.
En fechas posteriores la cría de azor fue a menos de forma paulatina debido, por un lado, a los cambios de hábitos por parte de los nobles, que, o bien abandonaron la actividad cetrera, o bien adoptaron los usos castellanos, sustituyendo al azor por halcones de varias especies. Por otro lado, el clero se vio obligado a abandonar la cría de aves y la caza de altanería, debido al cambio hacia una vida más espiritual y privada de lujos y diversiones, tal y como impusieron tanto sus propios dirigentes como el poder real. Por ejemplo, en 1380 las Constituciones Sinodiales del obispo Gutierre de Toledo desaprueban la actitud de “el abbad e prior e algunos monges del dicho monesterio (de Corias) [que] criaban aves e podencos e yvan a caça con ellos”.
El poder central del reino, según lo establecido por Alfonso X en las Siete Partidas, establece la norma que les prohíben criarlos y usarlos como diversión:

“Uenadores nin caçadores no deuen ser los clerigos de qual orden quier que sean nin deuen aver açores nin falcones nin canes para caçar ca desaguisada cosa es de despender en esto lo que son tenudos de dar a los pobres”

viernes, 25 de abril de 2014

Las aves en la literatura clásica ibérica: Del origen (ficticio) asturiano del gavilán común

   Desde que es instauró en sistema binomial propuesto por Linneo muchas especies han continuado con el nombre que ese naturalista les puso, pero otras, debido a avances en la genética o a cambios de tipo lingüístico, han cambiado sensiblemente. Una de esta especies en las que ha cambiado la voz que asignaba su género fue el Accipiter nisus (gavilán común) que hasta bien entrado el siglo XX se le llamó Astur palumbarius. El origen del nombre genérico está relacionado con alguna voz vernácula latinizada, del tipo autour o azor, posiblemente de origen francés. No obstante, el evocador nombre astur, produjo un torrente de hipótesis en la cabeza del Rafael de Floranes y Robles, autor del libro de Aves de caza (Madrid, 1880). Es un texto que no difiere mucho de los textos de cetrería de la época o anteriores, siendo en muchos casos copia de algunos clásicos, aunque tiene algunas cosas originales, como el texto que vamos a ver, que aunque totalmente falso, no está carente de interés y curiosidad, y  lleno cierto aire de romanticismo. Vaya bonita historia, de haber sido cierta, la de una especie propia de las tierras de las Asturias, que se expandió por toda Europa gracias al imperio romano. Os dejo con las palabras de Rafael de Floranes:

Aunque el ya citado Cobarrubias, siguiendo las tradiciones de algunos libros antiguos de Cetrería, en el artículo Azor escriba ser esta ave para nosotros peregrina, traída á los principios de esas partes septentrionales y después criada en España, no obstante creo que se deba desistir de semejante tradición. Porque si el nombre que le corresponde en latín no es accipiter, que le dan los más, sino el de astur que dan los franceses y otros muchos á sus autour ó azor nuestro; ó conviniendo, por lo menos, que tal nombre pertenezca á cierta especie o casta de él, en nuestras Asturias, pues de ahí, según todos, es este nombre astur, el cual propiamente significa el asturiano ó la cosa que es patriótica de ese país. Al modo que los romanos llamaron caballitos asturcones á las jacas recias y camineras que llevaron de esta región, donde todavía las hay que sirven al traxino, y aun algo más pequeñas, pero más duras, crian cerriles en los Puertos como ganado bravío, á disposición del primero que tenga la habilidad, no muy fácil, de apresarlas... Los romanos que tuvieron medido á palmos todo el ámbito que dominaron, ninguna de los productos de cada patria permitieron se reservase á su conocimiento. Como no les ocultaron las ricas minas de Asturias, de que puestas en la labranza llegaron a sacar tan cuantiosos provechos; con este motivo tuvieron disposición de cruzar bien el país, reconocerle y saber todos los demás géneros de su producción nativa. De ahí fué la noticia cierta de la existencia de los asturcones y de su índole y utilidad; los cuales, por ventura, ellos mismos ocuparon en el trajino de los metales, leñas, forrajes, etc. Pues ya dado ese principio, ved ahí por donde con el trato de las gentes vinieron también á adquirirla de que en el país había un particular género de aves que servía para la presa de otras regaladas. Y, como á los caballitos, por naturales de Asturias, ellos en su lengua los llamaron asturcones, por esta misma razón a los dichos pájaros los llamaron astures; prueba de que de tal especie no los había en su tierra, porque de otro modo el nombre de allá les hubiera dado.

jueves, 24 de abril de 2014

Orígenes ancestrales de los nombre de aves de la península ibérica: tordo



       Siguiendo con la búsqueda de las etimologías ancestrales de los nombres de las aves de la península ibérica, y aprovechando que hemos hablado en una entrada anterior del tordu, vamos a seguirle los pasos.
  
          Empecemos por ver coincidencias entre lenguas:

Lengua
Voz
Alemán
drossel
Asturianu
tordu
Bosnio
drozd
Bretón
dred
Castellano
tordo
Catalán
tord
Checo
drozd
Francés
tourd
Inglés
thrush
Latín
turdus
Ruso
дрозд (drozd)

   Podemos ver en la tabla anterior dos tipos de voces por un lado las de tipo “drozd” y por otro tipo “tord”, a medio camino encontramos el inglés thrush. Según las investigaciones de Julius Pokorni (cuya obra culmen es un diccionario etimológico indoeuropeo, publicado en 1959) todas las voces procederían de la lengua protoindoeuropea, de una raíz que vendría a ser algo como  *trozdos- o * trzdos-, que quizá nombró a alguna especie concreta o a algún grupo de aves que compartiesen alguna característica, como por ejemplo el color negro, ya que en muchas ocasiones las voces de los ejemplos se refieren a Turdus merula, cuya voz normalizada en castellano en mirlo, pero la voz tordo se aplicó ampliamente en toda península ibérica para esta especie (y otras). 

 Es casi seguro que las voces del tipo “tord” sean todas derivadas del latín turdus,  y como suele suceder con casi todas las voces peninsulares con origen indoeuropeo, la llegada del imperio romano borró los rastros de la lengua anterior, quizá también herencia indoeuropea, pero más cercana al céltico (¿celtibérico?) que al habla itálica. 

Hemos de decir que la voz también dio el griego stronthion: gorrión, pero podemos ir más allá, ya que avestruz también es derivado, ya que esta voz proviene de avis+struthius, pero antes fue struthios kamellos, o sea gorrión-camello “pájaro tan grande como un camello”.